La pobreza y profunda descomposición social de nuestro país no solamente es resultado inmediato de las políticas neoliberales –propias de un capitalismo feroz– iniciadas a mediados de los años ochenta; también es resultado de un largo proceso de desarrollo capitalista que se remonta, al menos, desde la década de los cuarenta. El lumpendesarrollo es una manifestación muy visible de la crisis civilizatoria, de una barbarie social, cuya deshumanización brutal implica una hiperviolencia social en casi todos los ámbitos de la vida nacional. Hay lumpendesarrollo –el desarrollo del subdesarrollo salvaje– porque tenemos una oligarquía (lumpenburguesía) y un poder político (Lumpen Estado) en acelerado estado de descomposición. La única posibilidad de que el grueso de la población mexicana tenga una vida digna es el cambio urgente y radical a un nuevo régimen económico, político y cultural fincado en una auténtica democracia construida desde abajo; es decir, desde los propios trabajadores del campo y las ciudades.